Desde hace muchísimos siglos las torrijas se han considerado la comida principalmente de pobres más que de gente adinerada, ya que su simpleza permitía que todo el mundo pudiese probarlas.

 

Aun sabiendo esto, la gente que vivía en la calle no le importaba que se les tildase de esta manera, ya que gracias a las torrijas recargaban de la manera más sencilla y económica las pilas para todo el día.

 

Al hacerse este pequeño detalle un poco más notorio, las personas de clase media y alta lo vieron un plato perfecto para los días de Cuaresma, ya que la Iglesia entonces había prohibido a sus fieles el consumo de cualquier tipo de carne, ocurriendo lo mismo a día de hoy, por ejemplo, con la musulmana, en la que ellos lo cumplen a rajatabla consumiendo frutos secos y miel.

 

Un poquito más avanzado en el tiempo, en la guerra civil, la escasez de cualquier tipo de alimento, llevó a la obligación de consumir este postre para poder alimentarse a la población a diario, aunque ahora solo lo veamos como el postre o dulce estrella de la Semana Santa.

 

Quién diría que una receta tan sencilla que consiste en una rebanada de pan empapada en leche, llegaría a tener tanto tirón, y además ayudaría tanto a reponer fuerzas en tiempos difíciles en nuestro país.